El fútbol tiene en su misma esencia una gran virtud, y un gran defecto. Como una actividad generadora de pasiones, como pocas, en la inminencia de un resultado saca a relucir lo mejor y lo peor de cada individuo. Hablemos de este último caso
Del mismo modo, alrededor de las instituciones que llevan a cabo el fútbol como actividad principal, como una especie de aspiradora gigante, se atraen pasiones que llevan, en muchos casos a conflictos personales y de intereses inimaginables en otro tipo de ámbitos.
Personas que en su vida cotidiana, seguramente, son amorosos padres de familia, personas decentes, hijos de padres que muestran su orgullo por ellos, que respetan a cada uno de sus semejantes, cerca de un club de fútbol se convierten en verdaderos energúmenos, que incitan a la violencia de la peor manera, que descalifican cruelmente a todo aquel que comete el pecado de pensar distinto a ellos.
Gente de bien, que tiene muy afianzada una escala de valores, necesita la cobardía del anonimato que da una tribuna, una opinión radial al voleo o un foro de Internet, para poder insultar a otros a destajo. Gente valiente en muchos aspectos de su vida, se transforma en miserables cobardes. Gente que siempre actúa de frente, comienza a tirar piedras, escondiendo la mano, pegando por la espalda.
¿Todo por una mal llamada pasión?
¿Vale la pena transformarse en una basura humana que busca destruir a un semejante por una opinión distinta, o porque prefiere otros colores?
Lo peor del caso, es que del mismo modo, en derredor del fútbol se mueven personajes que, desde distintos ámbitos usufructúan estas pasiones y las canalizan para beneficio propio.
Estos individuos, cuando conviene fogonean los odios y los exacerban, cuando no les conviene, los esconden y tratan de poner falsos paños fríos. Como titiriteros manejan al coro de odios y sacan rédito.
Por ello, quienes comienzan como energúmenos, terminan siendo unos meros idiotas útiles del instigador de turno.
Vuelvo a decir: ¿Vale la pena?
Del mismo modo, alrededor de las instituciones que llevan a cabo el fútbol como actividad principal, como una especie de aspiradora gigante, se atraen pasiones que llevan, en muchos casos a conflictos personales y de intereses inimaginables en otro tipo de ámbitos.
Personas que en su vida cotidiana, seguramente, son amorosos padres de familia, personas decentes, hijos de padres que muestran su orgullo por ellos, que respetan a cada uno de sus semejantes, cerca de un club de fútbol se convierten en verdaderos energúmenos, que incitan a la violencia de la peor manera, que descalifican cruelmente a todo aquel que comete el pecado de pensar distinto a ellos.
Gente de bien, que tiene muy afianzada una escala de valores, necesita la cobardía del anonimato que da una tribuna, una opinión radial al voleo o un foro de Internet, para poder insultar a otros a destajo. Gente valiente en muchos aspectos de su vida, se transforma en miserables cobardes. Gente que siempre actúa de frente, comienza a tirar piedras, escondiendo la mano, pegando por la espalda.
¿Todo por una mal llamada pasión?
¿Vale la pena transformarse en una basura humana que busca destruir a un semejante por una opinión distinta, o porque prefiere otros colores?
Lo peor del caso, es que del mismo modo, en derredor del fútbol se mueven personajes que, desde distintos ámbitos usufructúan estas pasiones y las canalizan para beneficio propio.
Estos individuos, cuando conviene fogonean los odios y los exacerban, cuando no les conviene, los esconden y tratan de poner falsos paños fríos. Como titiriteros manejan al coro de odios y sacan rédito.
Por ello, quienes comienzan como energúmenos, terminan siendo unos meros idiotas útiles del instigador de turno.
Vuelvo a decir: ¿Vale la pena?
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